Aquellos ojos verdes

Era la tercera noche seguida que soñaba con aquellos ojos verdes color esmeralda. No tenía conciencia de haber visto aquella mirada en ninguna otra parte, pero se me repetía noche tras noche cortándome la respiración. ¿Quién era y por qué no dejaba de aparecer en mis sueños?
Abrí la puerta y observé una cara desconocida. Aquella chica meditaba con un lápiz en la mano tras la barra. Yo era un cliente habitual de aquel bar, uno de los pocos de hecho, pero no recordaba haber visto a esa mujer en otra ocasión, por lo que debía ser su primer día. Me acerqué pensando en si quería o no azúcar en el café y cuando me hube decidido, saludé con la mejor de mis sonrisas, presentándome como si fuera el chico que acaba de llegar nuevo al instituto.
Me saludó por mi nombre, el que le acababa de decir, y me preguntó qué quería. Un café con leche, sin azúcar, por favor. Se marchó a prepararlo e intenté averiguar qué se escondía tras la barra y el lápiz, sin éxito. ¿Para llevar? No, perdona, me sentaré ahora.
Cogí un diario para hacer como que lo leía mientras ella me traía el café. ¿Eres nueva aquí? le dije mientras se marchaba. Sí, hoy es mi primer día. No viene demasiada gente aparte de mí. No, la verdad. La chica no parecía muy interesada en mantener una conversación conmigo por lo que decliné mis intenciones.
Volvió tras la barra y con el rabillo del ojo vi cómo volvía a dar golpecitos con el lápiz en la encimera, como esperando a que ocurriera algo. Su mirada denotaba aburrimiento como para rellenar todas las tazas que iba a tener que servir a lo largo de la mañana, pero dada su frialdad y sus pocas ganas de interacción, decidí leer el periódico de verdad.
A los diez minutos empezó a sonar mi teléfono. La chica alzó la mirada a causa del ruido y la devolvió al segundo a su aquello que no alcanzaba ver. Igual está intentando cuadrar cuentas, pensé.
¿Sí? ¡Hombre, Joan! Joan era uno de mis mejores amigos, pero como vivíamos lejos nos llamábamos a menudo. Esa misma mañana le había contado nada más despertarme lo de mis sueños con la mujer de ojos verdes. Tenía por costumbre apuntar los sueños nada más despertarme para no olvidarme de ellos. Me contó que tenía una mañana muy aburrida en la oficina y que tenía un rato hasta que llegara su jefe. Cuéntame lo de esos sueños, a ver. Me paré un segundo a mirar si la camarera atendía a la conversación y, efectivamente, caso omiso, como si no hubiera nadie en el local.
Pues mira, hace días que sueño con una mujer. No sueño con un cuerpo despampanante, de hecho, ni siquiera aprecio su cuerpo. Sólo veo su cara, a escasos centímetros de la mía, con unos ojos verdes que te quitan el habla. Hay magia en esa mirada, tío. Desde su mirada se ve el mar. Un mar en calma, con un color verdoso que te inunda. Un mar que se traga todas tus palabras, como si fueran suyas, como si nunca hubieran sido tuyas. Un mar imperial, que baña de costa a costa tu corazón, que lo invade y lo ahoga con un cariño que parece amenizar el sufrimiento. Eres perfectamente consciente de que te está hundiendo poco a poco entre las olas, pero te dejas, te dejas llevar porque no tienes nada que temer si es este mar el que te lleva. Deseas que te ahogue, que te bese y que te atrape para siempre. Es un verde esmeralda que te haría perderte en el laberinto para siempre si el color de éste fuera ese verde. Su mirada huele a salitre y te acaricia sin tocarte. Yo me quedo inmóvil, perplejo, sin saber cómo reaccionar.
Me quedé parado pensando, con los ojos cerrados, notando que estaba recordando con demasiada intensidad aquellos ojos. En el silencio me di cuenta de que la chica ya no golpeaba el lápiz contra el mármol, lo cual era de agradecer. Había encontrado mejores quehaceres.
Pues como te iba diciendo. Sí, es que tengo que parar porque si no la veo tan real que me asusto. No, nunca la he visto. No recuerdo unos ojos así y si los hubiera visto, jamás me habría olvidado de ellos. Es una mujer joven, de unos 20 años, con unas facciones que deseas acariciar. Las orejas, la nariz, sus mejillas… todo te recuerda a la juventud, a la vida. Su pelo es característico, moreno con toques rubios, no naturales, pero que encajan a la perfección con su cara. Te digo que no, que no la he visto nunca. ¿Será una señal de la mujer que me voy a encontrar un día de estos? No te cuento las cosas para que me llames moñas, tío. No todos tenemos la suerte de dormir acompañados como tú.
Me puse rojo nada más pronunciar la frase y fui consciente de que era imposible que la chica no me hubiera oído. Vale, vale, ya te dejo. Que te vaya bien la reunión, hablaremos pronto.
¿Me cobras el café? Claro. Le entregué el euro, caminé hacia la salida, y antes de abrir la puerta pensé en hacer un último intento por ser simpático, que, para no dejarme más evidencia, aborté rápidamente. Espera, te dejas algo. Me giré sorprendido, palpando el móvil y la cartera en mis bolsillos de forma instantánea. Allí estaban. Me acerqué extrañado y, con el lápiz en la oreja, me entregó un folio con un dibujo. La chica de mis sueños. Una réplica exacta de aquella mirada que me había robado el alma mientras dormía. Aquellos ojos verde esmeralda que me desnudaban en un suspiro.
Perdona por escucharte, pero no tenía inspiración para dibujar y tu conversación me la ha dado. Espero que no te moleste. Le di las gracias sin que me salieran demasiadas palabras, dirigiéndome a la puerta mientras contemplaba aquellos maravillosos trazos.
Espero que la encuentres, me dijo nada más abrir la puerta. Y yo espero volver a verte por aquí, contesté.

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