Márcame el camino

Arrancó una hoja de papel y dejó correr a la imaginación. Incansable. Así es como podía describir sus continuas fantasías en una sola palabra. La dejaba correr, correr y seguir corriendo, pero nunca se cansaba.

Le encantaba escribir. Siempre había sido su pasión secreta. De pequeño, solía acercarse a su madre y pedirle por un comienzo de una historia, que casi siempre incluía dragones. Había madurado, las cosas habían cambiado y, quizás, algún día volvería a escribir sobre dragones. Pero de momento se basaría en temáticas más cercanas a sus pensamientos.


Estaba solo en casa, como de costumbre. Odiaba el silencio, y por eso escribía. Su ingenio hablaba por sí solo, y eso le quitaba el vacío a su mente, la llenaba de ideas que corrían y saltaban por su cabeza. Nunca estaba en silencio cuando cogía papel y boli, ponían voz a su mente.


Era su libertad, su pequeña liberación en esta realidad en la que le había tocado vivir. Agobiante, siempre con el agua hasta el cuello. En un mundo que exigía cada vez más.


Había decidido escribir su nuevo relato a partir de una frase que había leído en la sala de espera del médico. Decía así:


''Carlos miraba por la ventanilla del coche. Era de noche y la luna brillaba en lo alto de aquel cielo estrellado que tantos quebraderos de cabeza le había producido. ¿Qué era el infinito?


-Mamá, yo algún día quiero ser astronauta.


-¿Sí? Pues ya sabes que tendrás que hacer, ¿eh? Porque, ¿sabías que los astronautas han de ser muy muy muy listos y estudiar mucho mucho mucho?


-No me importa, mamá. Y cuando llegue a la luna te escribiré algo para que lo veas desde la Tierra.


-Primero, deberías centrar tu cabecita en aprender a sumar y restar, ¿no crees? Los astronautas saben mucho sobre matemáticas, pero si te esfuerzas, podrás llegar a ser lo que quieras.


-¡Seré el mejor en matemáticas!


Carlos tenía 7 años. Irene, su madre, 45. Carlos era hijo único debido a un problema en el parto de su madre, que privó a ésta de darle un hermanito. Su padre, Fernando, había fallecido hace pocos años, 4 para ser exactos. Estaba separado de Irene, pero el accidente de moto que se lo llevó dejó tocada a Irene, que, quién sabe, aún sentía algo por su ex-marido. Carlos todavía era un niño cuando su padre le dejó, por lo que nunca pudo llegar a establecer un vínculo con él. Aquella estúpida curva, la estúpida lluvia, la estúpida Suzuki deportiva.




                                                               ***

Carlos se encontraba en la nave a punto de iniciar el despegue. Miles de pensamientos recorrían su cabeza pero sólo uno se mantenía fijo:

''Hijo, en un principio, no llegué a tomarme en serio tus ganas de ser astronauta. Ahora, quiero que desde quiera que vaya, me hagas sentir la madre más orgullosa de este planeta. Te quiero mucho, hijo. Papá estaría orgullosísimo de ti, eso seguro.''

Esas palabras fueron las últimas palabras con cordura que dejó su madre por escrito. 62 años y aquel jodido cáncer que le impedía seguir adelante en la, tan puñetera a veces, vida. Cada día que pasaba se acordaba de ella, cada vez que ponía una piedra más en su camino a llegar a ser el primer hombre en pisar la Luna, la recordaba. Nunca nadie le había dado tanto apoyo como ella, pero después de todo, una madre es una madre.

''Inicializando el despegue en 10, 9, 8, ...''

Se concentró y la nave despegó. Se dirigía hacia la Luna, su sueño, junto a Stephen, un astrofísico irlandés y Thomas, un astronauta estadounidense. La expedición Corolla IVUR iba a ser la primera en pisar territorio lunar, e iba a ser retransmitida en cualquier continente terrestre habitado.

El viaje fue largo pero no largo. El entrenamiento diario antes del viaje podía catalogarse como un ''infierno'', pero quién algo quería, algo le costaba. Y Carlos quería ese algo con mucha fuerza.

La Corolla IVUR alunizó sobre las 20:07 hora americana. Se abrió la puerta de la nave y los tres recogieron lo necesario para reescribir la historia de la Humanidad. Eran los elegidos, y Carlos, tras años y años de esfuerzo, iba a cumplir el sueño que en un remoto viaje en coche se había propuesto. Su destino era estar allí, era lo único que le quedaba en la vida. El amor nunca le había sonreído pero con cierta gracia, pensaba que su viaje lunar aumentaría su caché. Su madre siempre le recordaba ''¿Cuánta gente va a poder decir en un futuro que cumplió su sueño?''. Su madre, como en el 99% de los casos, llevaba razón. Ella tenía las ideas muy claras y nada ni nadie podía rebatírselas. ''Mi madre siempre ha sido mi ejemplo e inspiración en esta vida'' decía habitualmente en las entrevistas a los medios internacionales pre-viaje lunar. El golpe de la puerta con el suelo le devolvió a la realidad. Cerró el baúl de los recuerdos para centrarse en el momento.

Carlos encabezaba el grupo, y fue el primero en bajar cuidadosamente las escaleras. Stephen y Thomas llevaban las banderas de sus respectivos países. Carlos, como líder, llevaba dos: la de España y una de la que nadie tenía conciencia de su existencia. Seguían bajando escalones con cuidado hasta que llegaron a pisar aquel polvo que le había dado fuerzas toda su vida. Más de 236 países estaban siguiendo el evento. Era un día histórico para el mundo. Los tres desplegaron sus banderas y las clavaron en el suelo, a modo de conquista. Carlos, también colocó la suya ante el desconcierto de sus compañeros. En ella, se podía leer un claro mensaje:

                                      ''Dondequiera que estés, va por ti mamá.''

A Carlos le caían las lágrimas mientras la colocaba de manera estable. ''Soy el primer hombre que llora en la Luna'' pensó, cosa que le hizo sonreír. Se volvió y se dirigió otra vez a la nave. Acababa de poner los pelos de punta a miles de millones de personas y a una en especial, dondequiera que estuviera. De pronto, una estrella brilló por encima de las demás y lo tuvo muy claro: ahí estaba su madre. Y la había hecho sonreír.''

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