La noche de Madrid

Lloviznaba levemente en la capital en la madrugada de aquel sábado. Las calles vacías, los árboles temblando y la oscuridad reinando en la calle Segovia mientras ellos dos andaban sin rumbo, sin destino, como aquel gato que se marcha de casa para no volver. Apenas se escuchaba el rugir de algún coche, pero cuando éstos entraban en acción, el corazón de Blanca daba un vuelco, otro de tantos.
Lucas andaba un paso por delante de ella. Conocía su temor por, más que la oscuridad, las calles desiertas. Siempre le solía decir que le abordaba el miedo de que alguien saliese a su paso de forma inesperada.
-Mira, a ese puente, le llaman el puente de los suicidios.
-¿Por qué?
-¿De verdad me lo preguntas? Se suele contar que antes de que pusieran los muros de protección, todas las almas en pena se precipitaban por él.
-Calla, calla. Preferiría no haberlo sabido. La verdad es que es altísimo, menudo pánico.
-Ahora parece imposible saltar, pero nunca se sabe cuán dispuesto está alguien a acabar con su vida.
Llegaron al jardín del príncipe de Angola y Lucas hizo un ademán invitando a entrar a Blanca. Su cara mostraba disconformidad pero aquella promesa que había perdido la obligaba a estar en esa fría y húmeda noche en un lugar que no quería, a unas horas que no quería y con una compañía que no… bueno.
Saltaron la verja de aquel recóndito jardín y se adentraron entre los arcos de éste. La apuesta consistía en estar media hora encerrados en el jardín, de noche, sin ningún tipo de luz. Blanca nunca había mostrado agrado hacia la apuesta pero su convicción de que la iba a ganar le jugó una mala pasada.
-Mira, desde aquí se ve el puente de los suicidios.  Y desde aquí, la cúpula del Palacio Real. ¿Por qué esa cara de miedo? Anda, dame un beso.
-Quita, que te giro la cara.
Lucas sabía el miedo que Blanca estaba pasando pero las mil y una jugarretas que ella le había hecho a él, no quedaban ni la mitad de compensadas con aquella emboscada.
-Venga, 25 minutos, yo creo que ya nos podemos ir.
-Te quedan 5 y no rechistes. Fíjate como ilumina el Palacio Real toda la fachada de aquel edificio.
Un estruendoso grito hizo retumbar las tijas de las rosas. El grito provenía de sus espaldas y Lucas supo al momento de que se trataba. Ambos se giraron. Lucas apenas sentía el brazo por la presión que ejercía Blanca en éste. Una silueta desdibujada se precipitaba al vacío sin que nada ni nadie pudiera hacer algo.
¿Pero cómo era posible? ¡Los muros eran altísimos, nadie podía aventurarse al salto! La respiración de Blanca se aceleraba por momentos y Lucas, en estado de shock, no se podía creer lo que acababa de ocurrir. Como por inercia, saltaron la verja de nuevo y se dirigieron rápidamente al punto dónde se debía haber producido la caída. La lluvia mojaba sus caras y apenas les permitía ver desde la distancia.
Empezaron a aminorar el paso. La ropa de la mujer, tumbada en el suelo totalmente inerte, no era desconocida para ninguno de los dos. Sólo podía ser la vestimenta de una persona. Sin duda sólo podía ser ella. Se miraron y las miradas llorosas de ambos empezaron a camuflarse bajo las lágrimas del cielo. No podía ser ella. Volvieron a acelerar el ritmo y llegaron junto al cuerpo. Lucas le giró el cuerpo para verle la cara y…
-¡Blanca! ¡Te quieres despertar que vas a llegar tarde! Tienes la leche caliente en el microondas y los cereales encima de la mesa.
¡Todo había sido un sueño, menos mal! Retorció la cabeza y alcanzó el móvil. Un mensaje de Lucas lucía en la pantalla:

‘’Ni te imaginas a quién han encontrado muerta esta madrugada..."

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