Una carta, el karma y Manhattan

Llevaba unos días en los que consideraba que el viento del universo no soplaba a mi favor. Y cuando digo que no soplaba a mi favor, quiero decir que totalmente en contra. Desde la mierda de perro pisada justo antes de entrar al trabajo la semana pasada, a la ruptura con Stuartt, pasando, como no, por la discusión con mis padres por mi futuro amoroso, pasando también por el esguince de tobillo y por una serie de infortunios que no requieren de tanta atención pero que también habían conseguido sacarme de mis casillas.

‘’Tía, igual tienes mal karma acumulado. Ponte ya a hacer acciones buenas. Deja dinero a los indigentes de la calle o adopta un perrito, yo que sé…’’ Esta era la mejor respuesta de Laura a mis desafortunadas últimas semanas. ‘’Pues igual tienes razón, voy a empezar a realizar buenas obras por el mundo.’’ Y esta mi maravillosa réplica.

Me dedicaba a todas horas del día a buscar restos de basura en el suelo para depositarlos en un contenedor, a echar monedas a los músicos callejeros (lo cual me estaba dejando sin dinero para pagar el párking) y a acariciar a los gatitos que merodeaban por las esquinas de Manhattan. De momento, no notaba ningún tipo de cambio en mi vida. Seguía explotada en la redacción y no hacía más que escribir basuras que sólo iban a leer aquellos que no tenían nada mejor que hacer con su vida; seguía sin pareja seria y, en consecuencia, seguía a años de luz de tener contentos a mis padres.

‘’No me está funcionando lo de portarme bien…’’ le dije a Laura, que estaba al otro lado del teléfono. ‘’Tía, la ciencia es la madre de la paciencia.’’ Me di con la mano en la frente por haber hecho caso a semejante especimen aneuronal. ‘’Laura, es al revés, la paciencia es la madre de la ciencia.’’ ‘’¿Me has entendido o no? Paciencia, tía.’’

Y tonta de mí, volví a tropezar con la misma piedra: hacer caso a mi mejor amiga, cuyo coeficiente intelectual a duras penas llegaba a dos cifras. Cogí aire y seguí con mi día a día como persona samaritana. Ten paciencia, Anne, ten paciencia.

Tras varias semanas, noviembre dejaba paso a diciembre y el frío comenzaba a apoderarse de Nueva York. Puede parecer una tontería, pero nadie sabía qué importancia tenían los dedos de las manos en esos días de mi vida. ¿Cómo iba ahora a recoger la basura, echar monedas y acariciar gatos con unos guantes de algodón de 5 centímetros de grosor? ¿De verdad valía la pena acumular buen karma si no estaba notando ningún efecto en mi vida?

Aquella fría mañana de diciembre, el 22 para ser exactos, algo que no sé cómo denominar, se puso en mi camino. Andaba yo por 3rd Avenue recogiendo mi porquería matutina camino al trabajo cuando, a escasos metros de mi posición, se situó otro papel más que llamó mi atención por su pulcritud y elegancia en comparación con lo que acostumbraba a recoger (paquetes de tabaco vacíos, cajas del Dunkin Donuts…).

Era un sobre cerrado, con sello pero sin dirección, ni remite ni remitente. Decidí guardarlo en mi carpeta y abrirlo al llegar al trabajo. No sentía demasiada curiosidad, pero, a menos que fuera una factura del banco, le daría algo más de emoción a mi vida.

Tomé el abrecartas y abrí la carta y me puse a leerla para mis adentros:
‘’Dirigido quien le interese mi vida, aunque dudo que exista ese alguien:

¿Quién va a salvarme a mí de mi cabeza? ¿Quién va a desempolvarme la tristeza? Necesito dejar esto por escrito porque esta presión me está inundando el pecho. La soledad me abruma y la desidia, la apatía y la depresión se apoderan cada día un poquito más de mí. Ya no domino yo mi cuerpo, ahora son ellas cuatro quien lo hacen. Y no voy a permitirlo, voy a acabar con esto. Necesito dejar por escrito que voy a acabar con mi vida. Voy a cumplir con mis compromisos navideños y voy a desaparecer para siempre, sin causar dolor a nadie, 1989 será el último año que esta mente torturada soporte.

Mónica, me rompiste el corazón desde que te fuiste con Stephen.
Dr. Milow, gracias por intentar salvarme, pero no fue suficiente.
Josh Rashford, grandioso hijo de puta. Espero que tú y tu banco os pudráis en el jodido infierno.
Sinatra, gracias por firmarme tu disco cuando era un niño, siempre quise ser como tú.
Papá y mamá, para vosotros siempre fui el hijo que nunca llegaría a nada. Cuánta razón teníais.

Le entrego esta carta al viento, para que este injusto mundo la ponga en manos de algún capullo desagradecido con todo lo que tiene.

Saltaré cuando el reloj de Times Square marque las doce del día de Navidad y gritaré para ser salvado una vez más, esperando, como siempre, no obtener respuesta. ’’

Me puse pálida. Todavía no me creía lo que acababa de leer. ¿Tener buen karma consistía en recibir una carta de un suicida? Notaba que me faltaba el aire y me empecé a abanicar con el papel. ‘’Tía, ¿bajo la calefacción? Te veo acalorada’’ Sin ni siquiera mirar a Laura, le entregué el manuscrito. Cuando lo hubo leído, alzó la voz: ‘’¿PERO QUÉ ES ESTO? TÍA, NO TE SUICIDES’’ Sí, el hombre es el único animal que le coge cariño a la piedra tras tropezar en ella.

Ese manuscrito enviado por sabe Dios quien, me dejó tocada. No sabía qué hacer. Laura, tras reiniciar su cerebro, me había hecho ver aquello como algo ‘’positivo’’. Alegaba que era una gran oportunidad para sumar muchos puntos de karma el hecho de salvar a esa persona desconocida. ‘’Y si lo consigues, podrás escribir una historia que lo petará en las noticias y en todas partes.’’

No conseguí dormir aquella noche. A medida que pasaban las horas me daba cuenta de detalles importantes: el primero, que cada minuto que pasaba, era un minuto menos para el suicidio del anónimo; el segundo, que en consecuencia debería salir a la calle a encontrar a aquel desalmado ser; y el tercero, que no entendía que el porqué del universo de ponerme a mí, con el millón y medio de personas que habitaban en Manhattan, aquel dardo envenenado.

Cogí aire y abrí la puerta del señor Eduard. ‘’Jefe, tengo un proyecto entre manos que va a necesitar que no pise la redacción en un par de días. Confíe en mí, si sale bien, puede ser una explosión del negocio.’’ ‘’¿Y si sale mal?’’ ‘’Lo sabrá por las noticias’’ Aquel cruce de miradas podría haber sido, de lejos, el más tenso de mi vida con él, a pesar de la buena relación que teníamos. ‘’Si sale mal, usted también saldrá en las noticias, señorita Morgan.’’ Sonreí tímidamente ante aquel ‘’sí’’ con amenaza incluida, pero ya podía decir que la búsqueda de Mi Suicida, como desde entonces le había bautizado, había comenzado.

Mochila, cuaderno para tomar notas, guía de teléfonos de Nueva York y la carta, eran mis menesteres básicos para la misión. No tenía ni idea del tiempo del que disponía, pero con la frase ‘’Voy a cumplir con mis compromisos navideños’’, entendía que Mi Suicida iba por lo menos a cenar en Nochebuena.

No sabía ni por dónde empezar. Lo único que tenía dos nombres propios sin apellido: Mónica y Stephen; un nombre completo: Josh Rashford; un apellido de un posible doctor: Milow; y a Sinatra y papá y mamá. Ah, y que era un hombre con hermanos, por lo de ‘’el hijo que nunca llegaría a nada’’.

La pista más clara estaba en Josh Rashford, quien debía pertenecer a la cúpula de alguna entidad bancaria de Nueva York. Milow era una apellido más que común, por lo que iba a ser complicado dar con un Milow que fuera doctor de Mi Suicida a la primera. También podía empezar por Mónicas y Stephens juntos en la ciudad, pero eso, en principio, parecía bastante descabellado. Por último, podía instalar cámaras en edificios altos o puentes la noche del 25 de diciembre para buscar gente con cara de suicidarse entre los transeúntes. Mi siempre tan imaginativa mente dio paso al posible titular de aquello: ‘’Lunática vigila Manhattan a la espera de un hombre suicida al que no conoce.’’ Ni e-Darling.

Empecé con la hoja de ruta sentándome en Central Park a buscar al tal Josh Rashford, el bancario, con la maravillosa suerte de que sólo había 13 en la lista. Uno por uno comencé a llamar a todos los Josh Rashford del estado. En ese momento me arrepentí de haberle dicho a mi jefe que no iba a pisar la redacción, ya que esas llamadas las estaba pagando de mi bolsillo. A la séptima di con el mío y le pedí una cita para entrevistarle para el New York Post. No podía aceptar una cita en una semana porque probablemente sería demasiado tarde, la necesitaba para aquella misma tarde. Y así le hice ver la importancia del asunto.

‘’Me está usted diciendo un lunático sin nombre, ha dejado una carta pre-suicidio en la que aparece mi nombre. Ajá. ¿Y qué pretende que haga yo? Esto no es la entrevista que usted me había comentado. Señorita, tengo cosas que hacer.’’ ‘’Necesito salvar a ese hombre. No quiero que le dé dinero, simplemente que me diga si recuerda a alguien que haya sido especialmente ingrato con usted.’’ ‘’Señorita, lidio con calaña maleducada día tras día. No se puede contentar a todos. Es imposible localizar a alguien por un enfado conmigo. Soy banquero, va implícito en mi trabajo.’’ Me di por vencida. ‘’Si recordara algo inusual, ¿le importaría llamarme a este número?’’ ‘’Lo dudo, pero lo haré en caso de que así sea.’’

La primera bala: fallida. Pero no podía decaer tan rápido con la investigación, necesitaba aclarar las ideas. Varón, con padre, madre y hermanos, fan de Sinatra, problemas económicos, un amor frustrado (¿Mónica?) y una depresión al parecer tratada por el doctor Millow. Ahí estaba mi segunda clave. Necesitaba encontrar a algún doctor Millow que hubiera tratado a alguien con ese historial. Probablemente fuera un psiquiatra o un psicólogo y conocería la existencia de todos los personajes mencionados. El problema del tiempo se me estaba echando encima: era la tarde del 23 de diciembre y posiblemente último día de laborable de cualquier trabajador de la ciudad. Doctor Millow, pensaba encontrarte como fuera.

Me di cuenta de que necesitaba que Laura me echara una mano en la búsqueda de psicólogos o psiquiatras llamados Millow de apellido. No quería contar a nadie más la burda historia de la carta porque pasaba de ser juzgada. No había nada que odiara más que ser juzgada por los demás cuando no entendían mi situación. Y Laura nunca emitía ningún juicio, ni para bien ni para mal.

Conseguimos una lista de 22 psicólogos, psiquiatras o ‘’doctores no especificados’’ Milow, por lo que el trabajo era largo. Una frase bastaría para identificar a nuestro elegido.

‘’¿Conoce usted a algún paciente con depresión, posibilidad de suicidio, hermanos, fan de Sinatra, con una ruptura con Mónica y con problemas económicos por culpa del señor Josh Rashford, banquero?’’

Doce ‘’noes’’ y tres ‘’¿Esto es una broma?’’ y dos ‘’cuelgues inmediatos’’  después, a la decimoctava llamada vimos la luz. ‘’Sí, sí conozco a alguien con ese historial. ¿Por qué lo dice? ¿Ha pasado algo? No me diga qué...’’  Apreté el puño mirando a Laura con un ‘’¡Sí!’ mudo. ‘’Verá…’’ Toqué los principales puntos que me habían llevado a realizar aquella búsqueda de forma breve y concisa.  ‘’Vengan a las 21:00, que será cuando despida a mi último paciente del día, y hablamos.’’

Laura me pidió acudir conmigo a la cita del Doctor Millow XVIII (así le habíamos apodado) así que ambas nos dirigimos a su consulta en Hudson Heights, a una media hora en coche de la redacción, muy cerca del río que daba nombre al distrito. El doctor Millow nos acogió de buena gana a pesar de lo forzoso de la situación. Nos acomodó en el sofá donde colocaba a sus pacientes y le di un repaso con la mirada a aquella espaciosa y acogedora consulta, iluminada por una gran lámpara modernista colgada del techo. La habitación, pintada de un verde clarificador, que según el doctor, ‘’liberaba la mente’’, me hizo sentir como en mis vacaciones de niña en las praderas de Irlanda. Al otro lado de la estancia, paralela a la puerta, un enorme ventanal con las persianas bajadas, se abría paso entre las paredes.

‘’Perdonen que les acomode con todo esto ya con el cierre echado, pero uno llega a estas horas y sólo desea irse a su casa con su mujer y sus hijos…’’
‘’Existe un problema, y es que la ley de protección de datos, como ustedes bien comprenderán, me impide darle el nombre de mi paciente. Salvo que nunca confiesen que he sido yo quien les ha facilitado el nombre...’’

Noté como se derrumbaba mi castillo de naipes. La historia de aquella misión suicida, nunca mejor dicho, jamás iba a poder ser contada con los nombres reales de los personajes. Pero asentí con la cabeza.

‘’Liam nunca se recuperó de la separación de Mónica. Ese fue el motivo por el cual empezó a venir aquí. Primero, el banco le embargó su piso por deudas y Mónica decidió apartarlo de su vida e irse con un antiguo novio del instituto. No le quedaba nada: ni casa, ni amor, ni amigos. Siempre me repetía que sus ahorros los destinaba a curarse en el psiquiatra porque lo único que no quería era volverse loco. Le di lo que como médico especialista tengo a mi alcance: medicación y terapia intensa. Lo probamos todo, pero cada vez lo veía más hundido. Nos veíamos dos veces por semana y le notaba más envejecido a cada paso que daba. Decidí dejar de cobrarle por venir. Muchas veces se quedaba en blanco, pensando en nada, mirando por la ventana. Cuando volvía de su letargo, me decía que había meditado lo de suicidarse.’’


‘’Estaba completamente arruinado y abatido. Le llegué a ofrecer comida y casa, pero siempre lo rechazaba todo. Hasta que un día pasó lo que yo ya sabía que iba a pasar: no se presentó a nuestra cita. Y eso sólo podía significar dos cosas: o le había tocado la lotería o la llama de su vida se estaba apagando. Intenté llamarle más de veinte veces, pero ninguna con éxito. Les estoy hablando de algo que pasó hace una semana, muy reciente, por eso les respondí así por teléfono, me esperaba lo peor.’’

Laura y yo teníamos un semblante serio y dubitativo, pero a la vez no podíamos dejar de prestar atención a las palabras del señor Millow, dado que cualquier frase podía arrojar alguna pista sobre el paradero de Liam Albert, Mi Suicida.

‘’No puedo contarles más, porque directamente no hay más. Quédense con mi número por si supieran algo de él o por si necesitaran preguntarme algo más. Dios quiera que no sea demasiado tarde cuando sepan de él. Ahora me tengo que marchar.’’

La visita al doctor Millow había sido más fructífera de lo esperado por cualquiera de las dos. Sin embargo, haber averiguado el nombre de Mi Suicida no nos daba idea de su paradero ni de sus intenciones. No me sentía para nada satisfecha y mucho menos relajada. Estaba empezando a sentir compasión por Liam y eso me preocupaba dado el posible trágico desenlace de la historia.

En el coche, Laura me abrió los ojos probablemente sin darse cuenta: ‘’Mañana deberíamos ir a casa del tal Liam Albert.’’ ¡Mierda! ¿Cómo se me podía haber pasado? Una hora con el doctor Millow y no le había preguntado por la casa de Liam o de su familia, cuando seguro que la tenía en sus informes. ‘’Laura, llama al doctor Millow.’’ Marcó el teléfono y le explicó de una forma increíblemente simple la situación.  ‘’Dice que nos acerquemos mañana a primera hora’’. Me quedé gratamente sorprendida con ella. ¿Y si la había menospreciado?

La noche de Manhattan no dejaba de maravillarme y, tras varias semanas, empezaba a notar que mi vida tenía algo de interés a pesar de la kafkiana situación que me tocaba vivir. ¿Habría conseguido al fin redirigir mi karma? Volvía a sentirme como la periodista de investigación que desde niña había querido ser. Liam Albert me estaba dando alas. Me planteé esta frase y me dije a mí misma que ya podría darle alas yo a él para evitarnos un disgusto. ‘’Hombre pájaro salta del Empire State’’. Sonreí macabramente.

A las 9 de la mañana del 24 de diciembre estábamos en la puerta de la consulta del señor Milow. A las 9 y cuarto, más de lo mismo. A las 9 y media… apareció.

‘’Disculpenme, me he encontrado un tráfico horrible. Se nota que esta noche es Nochebuena. Bendita Navidad. Pasen, pasen’’

‘’Voy a rebuscar en los informes y ahora mismo les digo la vivienda que tenemos registrada del señor Albert. ¿Les comenté lo del embargo, verdad? La vivienda aquí registrada es la de sus padres, pero teniendo en cuenta que dijo que iba a cumplir con sus compromisos navideños, será esta la que les interese, no la embargada. Aquí tiene, apunte.’’

Me dejó el informe en las manos y hasta que el doctor no hubo levantado la persiana de la ventana no fui capaz de leer la dirección. ‘’Mucho mejor’’ dije sonriendo. Laura estaba acomodada en el sofá mirando por la ventana, como si aquello no fuera con ella. En realidad, no iba con ella, por lo que no tenía nada que reprocharle.

‘’Muchas gracias por todo, doctor. Espero volver a hablar con usted pero con buenas noticias. Nos dirigimos ya mismo hacia la casa de los Albert.’’

Cuando llegamos, nos encontramos un panorama desolador. Todos los que se encontraban en la casa en aquel momento paseaban ojeras de varias noches sin dormir. Ya no era yo la única que buscaba a Liam, sino también toda la policía de Nueva York.

‘’Sabemos por el doctor Millow lo mismo que ustedes, que Liam está desaparecido y no responde a las llamadas. Nos tememos lo peor. Vivo en una constante…’’ empezó a sollozar ‘’en una constante espera: sé que alguien va a llamar a la puerta y voy a abrir para recibir que mi hijo ya se ha ido, que ya no está.’’ Su marido la abrazó y ésta rompió llorar con más fuerza.

‘’Señores Albert, tengo que comentarles algo. Esta carta llegó a mí hace unos días por absoluta casualidad. Es de su hijo. Léanla.’’

Mientras toda la familia se sentaba a leer la carta, Laura y yo nos miramos sobreentendiendo lo que iba a pasar cuando leyeran la frase ‘’Papá y mamá, para vosotros siempre fui el hijo que nunca llegaría a nada. Cuánta razón teníais.’’

‘’Lo sabía… lo sabía… lo sabía… es nuestra culpa, Mark, es nuestra cuuuulpa…’’ el sonido que producía el berrido de la señora Albert era ensordecedor. Mark, el marido de la señora Albert, llamó a uno de sus hijos: ‘’Carl, llama a la policía, tienen que ver esto.’’

Cuando le hube explicado al inspector Thompson lo que había pasado con la carta y tras pasar todas las preguntas trampa para descartar que me estuviera inventando la historia, nos dejaron marchar a Laura y a mí, habiendo dejado nuestro número de teléfono a la familia por si acaso. Sin comerlo ni beberlo, se habían hecho las 3 de la tarde. Quedaban 9 horas para el salto de Liam y seguíamos sin tener ni idea de su ubicación. Antes de montar al coche, me sonó el teléfono. ¿Liam, Milow, Rashford?

‘’Anne, ¿vas a venir a cenar, no? ¿Sabes que hoy es Nochebuena? Papá y yo te esperamos.’’ Se me había olvidado por completo. Dejé a Laura en su casa y le dije que a las 11, tras la cena, la pasaría a buscar para ir a casa de los Albert para recibir novedades.

Para mí sorpresa, y a pesar de tener la cabeza en otro lado, la cena fue la mar de agradable. Parecía que mis padres habían cambiado su actitud hacia mi persona. Sólo tenía ganas de abrazar a Laura. ¡Seguro que era el karma!

De nuevo me sonó el móvil. La alarma, eran las 11 y no les había contado nada a mis padres sobre el asunto que tenía entre manos. ‘’Papá, mamá, necesito irme urgentemente, hay una vida en juego.’’ ‘’¿La tuya, hija? No me des estos disgustos en Nochebuena.’’ ‘’No soy yo, mamá. Os prometo que os lo contaré en cuanto pueda, pero ahora me tengo que marchar pitando’’. La casa de los Albert nos esperaba, ojalá que con algún tipo de novedad.

Bajé a llamar al portal de Laura, nos montamos en mi vetusto Renault 600 y nos dirigimos a nuestra próxima dirección raudas y veloces. No me gustaba hablar conduciendo porque me distraía, pero Laura era un mundo aparte al mío, por lo que comenzó con su discurso: ‘’¿Sabes? Me encantaría tener las vistas que tiene el señor Millow en su consulta. ¿Has visto lo grande que es el puente George Washington? Es una pena que no lo viéramos ayer noche.’’ ‘’¿De qué hablas?’’ ‘’Sí, que ayer por la noche nos encontramos la consulta ya a punto de cerrar y estaban todas las persianas bajadas, pero hoy ya se veía con todo abierto.’’ Frené el coche en brusco. ‘’¡Laura, eso es! ¡Liam Albert, el puente! El doctor ha dicho que Liam se quedaba muchas veces en blanco simplemente mirando a la ventana. ¡Va a saltar del George Washington!

Eran las 11:10 y teníamos media hora hasta el puente. ‘’Laura, llama inmediatamente a la familia Albert y diles que se dirijan al George Washington. La carta decía que gritaría para ser salvado. ¡Necesitamos que esté la familia allí! Que avisen ellos a los bomberos. ¡Y al señor Millow!’’ ‘’Anne, relájate, alterada no vas a hacer más que ponerme nerviosa.’’ Otra vez más, Laura me daba una lección de saber estar.

Cuando Laura y yo llegamos al armatoste de metal, un coche de bomberos ya había cortado la carretera que lo cruzaba. Liam Albert no podía estar muy lejos.

El segundo comando llegó en dos coches de policía: la familia de Albert, los inspectores y una chica a la que desconocía. No era el momento de presentaciones, mi reloj marcaba las 23:52 y otro coche se aproximaba a la zona. Era el doctor Millow con su mujer.

‘’¡Está ahí arriba, está ahí sentado! ¡Liaaaaaaaaam!’’ la señora Albert no estaba en sus cabales- No obtenía respuesta pero nos contagió y de pronto, uniéndonos uno por uno, todos estábamos gritando a aquella esquina del puente en donde asomaban dos piernas a una altura vertiginosa. ‘’LIAAAAAAAAAAAAAAAAM’’.

‘’¿Papá? ¿Mamá? ¿Hermanos? ¿Mónica? ¿Doctor Millow?’’

Laura y yo nos miramos con una tímida sonrisa, entendiendo quién era aquella mujer desconocida que había bajado del coche con la familia.

‘’¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo habéis descubierto que estaba aquí? Pensaba que iba a… iba a…’’ Los sollozos se escuchaban desde el suelo y no exagero si digo que se encontraba a 25 metros de altura. ‘’iba a morir solo.’’

‘’Hijo, por favor, no saltes. Mira cuánta gente hay aquí preocupada por ti. Estamos todos y tenemos muchas cosas de las que hablar. Por favor, te lo ruego Liam, baja, cariño.’’

Diría sin duda que fueron los 5 minutos más largos de mi vida. El silencio invadía la noche y únicamente escuchábamos tímidos lloriqueos desde lo alto del puente. Un reloj pitó, alertando de que eran las 12. Los fuegos artificiales conquistaron el cielo en un abrir y cerrar de ojos y la figura de Liam fue más clara que nunca. Si existe algo posterior al silencio, aquel minuto hasta las 00:01, lo fue.

Entre las lágrimas de Liam, una confusa risa nos hizo perder a todos la calma. El puente estaba lleno de corazones en puños. Un paso en falso, y Mi Suicida se precipitaba 25 metros abajo en caída libre. ‘’No sé… no sé… cómo bajar de aquí’’

‘’Encontré tu carta en la calle y decidí que tenía que buscarte.’’ ‘’Pues te debo la vida… …’’ ‘’Anne, Anne Morgan’’ ‘’Te debo la vida, Anne. Te debo este nuevo comienzo.’’ Nos abrazamos. Un desconocido abrazando a otro desconocido. Ambos unidos por una carta lanzada al vacío. Nunca jamás creí que una conversación me pudiera llenar tanto. ¿Eso sentían los superhéroes de las películas cada vez que salvaban a alguien? Era una sensación maravillosa. ‘’SuperAnne y Mi Suicida’’ se me ocurrió como título para mi primer cómic.

A la semana siguiente, el teléfono de la redacción no cesaba de sonar. Tras publicar la historia de Liam Albert en el periódico, Laura y yo habíamos sido congratuladas por el alcalde de la ciudad, por el director del New York Post, por un sinfín de celebridades de la ciudad y ¡hasta por mis padres! Éramos verdaderas heroínas. Incluso el señor Eduard, nuestro jefe, estaba orgulloso de nuestra labor y de nuestra posterior historia. He olvidado mencionar que la historia la escribí yo, pero la firmé a mi nombre y al de Laura. ‘’¿Qué habría hecho sin ti? ¿Dónde estaría ahora si no me hubieses recomendado recoger basura, dar limosnas y acariciar a gatitos por la calle?’’ Laura miraba por la ventana ausente, pasando completamente de mi discurso. ‘’¿Te has fijado en qué vecino más guapo tenemos en el tercero de ese edificio?’’ La miré negando con la cabeza y sonriendo. En el fondo, formábamos un buen equipo.




Comentarios