El coleccionista de horas perdidas

Llevaba 50 años coleccionando horas perdidas. Desde joven se había preocupado por aquella hora que nadie echaba en falta cuando se producía un cambio en la hora y se había propuesto guardarlas todas en un lugar seguro. Cuando el reloj pasaba de la 01:59 a las 03:00 sin pasar por las 02:00, entraba en acción y metía esa hora de todo aquel que no la quisiera en el Baúl de las horas perdidas. Lo que empezó siendo un ‘’por si me pudiera servir’’ se había acabado convirtiendo en su pequeña e intrincada adicción.

Era un baúl de unos dos metros de largo y uno de alto, con líneas imperfectas doradas por encima de su tallada y bien definida madera de sequoia. Una fina capa de polvo cubría la superficie pero dejaba ver con claridad el mensaje escrito con una sutil caligrafía: ‘’Baúl de las horas perdidas’’. Lo guardaba en un falso armario dentro de otro armario para que nadie pudiera descubrirlo nunca. Ni siquiera a sus más íntimas relaciones les contaba su mayor secreto. Sólo una vez se atrevió a abrir el tema delante de una antigua pareja, pero cuando obtuvo por respuesta aquel ‘’¿Y qué vas a hacer con ellas?’’ decidió que nunca más perdería el tiempo en contarlo para que nadie lo comprendiera. Las horas no eran para ser usadas, eran para ser apreciadas por el hecho de que nadie las quería y pasaban a ser olvidadas por el resto de personas. Eran auténticas reliquias.

Las tenía perfectamente catalogadas: ‘’Marzo 1985. Noche fría y lluviosa’’. En cada una de ellas tenía apuntados una serie de datos básicos para saber cuál era cuál y a cada una le tenía un cariño singular. Ninguna se parecía a ninguna y todas brillaban con una luz que sólo él podía apreciar. No sólo eran su mayor secreto, eran su mayor tesoro. Para él nunca fue acertada aquella expresión de que el tiempo era oro; para él siempre fue algo más.

Una mañana de abril, en una estación de tren y luego en un tren camino a Ninguna Parte, la conoció a Ella. Le volvió loco desde el primer momento y aquellas 7 horas de tren junto a Ella le parecieron dignas de ser guardadas dentro del Baúl, pero no podía robar horas que pertenecían a alguien. Cuando llegó la hora de despedirse, sintió como una ráfaga de viento se llevaba un sentimiento que hacía años no sentía por nadie. Alzó la mano y la agitó con un ‘’No te vayas’’ que se camuflaba tras un Adiós. El universo quiso ponerla en el mismo tren de vuelta a Punto Inicial, pero con diferentes destinos. Ella no vivía en Punto Inicial, sino que había sido un simple enlace de tren para llegar a su verdadera ciudad, Allá Lejos. Él decidió que tenía tiempo de sobra en su vida para acompañarla a Allá Lejos y así lo hizo. No iba a permitir que, tras 50 años buscando un sentimiento como ese, unos simples kilómetros lo separaran. ¿Qué era el espacio sin el tiempo? Nada. Sólo faltaba determinar la velocidad.

Y la velocidad fue de crucero. Se siguieron conociendo, profundizaron el uno en el otro gastando en sí mismos cada una de las horas que el tiempo les dejaba en bandeja de plata para ser tomado. Avanzaban a pasos agigantados hacia un monstruo llamado Vejez, que hacía las horas más cortas y las recubría de dolor y pastillas.

A medida que se aproximaban al monstruo, los dolores de Él se convirtieron en una constante. Tenía dificultades para concentrarse y sentía punzadas en la cabeza con demasiada frecuencia. El médico no tuvo ninguna duda: le quedaban 2 meses. Cáncer.

Otro monstruo todavía más feroz llamado Muerte acechaba la habitación en la que Ella y Él compartían sus últimas horas. La llama se estaba apagando y ambos eran conscientes de ello. ‘’Apenas nos queda tiempo’’ repetía Ella con lágrimas en los ojos, viendo como aquel tren llamado Vida que les había unido estaba a punto de abandonar para siempre la estación.

Él sabía que era el momento. Empezó a contarle lo que había estado haciendo durante los marzos de sus 74 años de vida sin que absolutamente nadie lo supiera y le pidió que fuera a buscarlas a su casa, que Él sabría cómo convertirlas de nuevo en horas. Ella, atónita pero con la esperanza de que ese Baúl le diese mil horas más con Él, tomó el primer taxi desde el hospital hasta Punto Inicial. Cuando apreció aquello, sus ojos se maravillaron ante semejante colección. Nunca había visto una Hora Perdida y ahora sentía la necesidad de mirarla hasta que uno de los dos, Ella o la Hora Perdida, se fundiera. Cuando las hubo tomado todas, se volvió a subir al taxi con la sonrisa de aquel que obtiene un crédito extra para una partida más.


Subió las escaleras corriendo. Sabía que no tenía ningún segundo que perder y se adentró en el pasillo que llevaba a la Habitación. Alzó la mano para golpear con su habitual ‘’santo y seña’’ la puerta, pero la encontró abierta de par en par, con enfermeros cambiando las sábanas de la cama. ‘’Disculpen, me he confundido de habitación. Era la contigua’’. ‘’¿Es usted Ella? Creo que no se ha equivocado. Permítame que hablemos...’’

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