El día que se extinguieron los quitanieblas

Madrid amanecía helado, o helada, según guste. La nieve que durante toda la noche no había cesado de caer había dejado un manto blanco en todos y cada uno de los rincones de la capital: Cibeles, el Retiro, la puerta de Alcalá, la placa del kilómetro cero en Sol, el oso, el madroño…
La primera emisión radiofónica de la mañana anunciaba que aquel 3 de diciembre los colegios iban a permanecer cerrados, a causa de ‘’una de las mayores nevadas de la historia de Madrid’’. Los quitanieves empezaban a salir de sus puestos de trabajo, cargados con toneladas de sal para llevar a cabo su tarea. Eran considerados unos auténticos héroes por permitir que la ciudad fuese transitable en días como aquel en que la nieve cubría hasta más allá de la rodilla. Y sí, en realidad tenían una importante labor en todas las ciudades y sus obras bien merecían ser alabadas. Sin embargo, pocos, muy pocos, conocían la cara oscura de los quitanieves. Y es que años atrás, eran otros quienes eran alabados…
—Jo, yo quería ir al cole… ¿Podremos jugar con la nieve? Porfa, porfa , porfa.
—La nieve está muy fria y es peligrosa, hijo.
—¿Peligrosa? Papá…
—Deja que te cuente una historia, hijo.

***
Diciembre de 1930. El frío había llegado y con él los gorritos de lana que tapaban las orejas, las bufandas kilométricas cosidas por abuelas, las chimeneas, los adornos de Navidad, la nieve, la niebla… pero sólo estos dos últimos elementos iban a ser protagonistas del relato.

No se sabía bien por qué, pero la nieve y la niebla nunca coincidían. Cuando había nieve, la niebla se quedaba en casa, y viceversa. Pero Madrid no era una ciudad especialmente conocida por sus nevadas, ni mucho menos, por lo que el protagonismo de la niebla era mucho mayor que el de la nieve.
Esto se había visto traducido en una fuerte enemistad entre los quitanieves y los quitanieblas. Para ser sinceros, es de justicia comentar que los quitanieves fueron quienes crearon el conflicto y quienes acabaron con él a su vez. Los quitanieblas acostumbraban a salir día sí y día también a trabajar. Aspiradora gigante en mano, salían a atrapar toda la niebla posible antes de que la ciudad amaneciese. La gente se mostraba muy agradecida a los quitanieblas todos los días, en la que parecía una conversación habitual entre los vecinos de la capital: ‘’No me imagino la vida sin los quitanieblas. ¿Cómo habría llegado hoy al trabajo de no ser por ellos? Es maravilloso lo bien que hacen su labor.’’ ‘’¡Y que lo digas!’’. Eran serviciales, amables y felices con poco. Sólo tenían una debilidad: no podían tocar la nieve, de lo contrario, si un solo copo les rozaba, se congelaban y desaparecían para siempre.
Los quitanieves, por su parte, trabajaban con una frecuencia mucho menor y, en consecuencia, no obtenían el mismo agradecimiento, lo cual provocaba celos hacia sus compañeros. Consideraban mucho más ‘’guay’’ ir con una aspiradora gigante en la mano que ir cargado con toneladas de sal. Sobre ellos se escuchaba lo siguiente: ‘’Los quitanieves están bien, pero para las pocas veces que tienen que salir, la verdad es que no pasaría nada si nos ahorráramos contratarlos…’’ ‘’Cuánta razón, la nieve un par de veces al año no hace daño…’’. Los quitanieves eran todo lo contrario que los quitanieblas: poco caballerosos, envidiosos y siempre con mala cara y su hartazgo iba a desencadenar un plan macabro contra los quitanieblas, pero había que esperar al momento idóneo.
La noche del 27 de diciembre los quitanieves conocían la noticia: mañana, día 28, se esperaba una gran nevada en el centro de la Península, por lo que iba a ser el día perfecto para llevar a cabo el plan: tenían que conseguir que los quitanieblas salieran a la calle para quitar una niebla que nunca llegaría a aparecer y después, simplemente esperar a que la nieve hiciera su efecto y congelara a todos los quitanieblas. Y así se desarrolló el plan: a primera hora de la mañana, los quitanieves comunicaron a los quitanieblas que la ciudad se iba a llenar de una gran niebla en breve y que su labor aquel día iba a ser más importante que nunca. Los quitanieblas, que eran tan buenos que todo se lo creían, se pusieron manos a la obra y partieron rumbo a la ciudad, aspiradoras en mano, a esperar a la extensa niebla que se suponía que iba a envolver Madrid. Esperaron y esperaron y la niebla no llegaba, al contrario que unos nubarrones negros que amenazaban tormenta en breves momentos. ‘’Seguro que la niebla está al caer, no podemos fallar a la ciudad’’. En lo único que tuvieron razón fue en que había algo al caer, pero no fue niebla, sino la tormenta de nieve más grande que había azotado Madrid en siglos.
El frío polar convertía el agua en nieve y los quitanieblas ya no tenían tiempo de reaccionar. Uno por uno, fueron sucumbiendo ante los copos, que en menos de 10 minutos se habían convertido en un espeso manto de nieve. Cuando la nevada hubo cesado, los quitanieves salieron a la calle a trabajar y a comprobar que su maléfico plan había surtido efecto. Las risas se apoderaron de aquella jornada de trabajo y ahora sólo quedaba una labor que el tiempo iba a llevar a cabo: dejar en el olvido a los pobres quitanieblas. Lo que nunca nadie supo es que un quitanieblas jamás llegó a salir a trabajar aquel día...
***
—Papá, ¿y tú cómo conoces la historia?
—Esto… me la contó un viejo conocido…
—Pues yo de mayor quiero ser quitaniblas.
—Ja, ja, ja. Querrás decir quitanieblas.
—¡Mamá, mamá! ¡De mayor voy a ser quitaniblas, quitaniblas!

Mientras el niño corría casa arriba casa abajo, mi mujer salió con cara de asombro:
—¿Se lo has contado?
—Todavía no es el momento.
—Métete en casa, no me gustaría que te tocara la nieve.

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