Esperando una respuesta

La media hora que pasaba cada día en el metro estaba empezando a acabar con mi paciencia. Odiaba leer, así que optaba por escuchar música durante el trayecto, acabando siempre aburrido de ella.
Aquella mañana iba especialmente despierto para las horas que eran. Los bostezos inundaban el vagón y yo, como cada mañana, dedicaba mis apasionantes treinta minutos a analizar el galimatías de especímenes que compartían odisea conmigo.
Nunca dejaba de sorprenderme la variedad —en la variedad está el gusto— de personas con las que podía cruzar miradas en esos 1800 segundos. Desde mujeres a las que invitaría a bajarse del tren para llevarlas al altar, a hombres que parecían viajar de incógnito para no ser reconocidos, pasando por bebés a los que guiñaba el ojo y confundía por no saber responderme el gesto.
—Mami, ¿cada mañana cogemos el mismo metro?
Abandoné la respuesta de la madre tan pronto como la niña hubo acabado la pregunta. Jamás me lo había preguntado y ya iba a tener material para dar vueltas a mis pensamientos por lo menos durante diez minutos. Una de mis frases favoritas era: ‘’Dale algo de comer a tu cerebro, sino te devorará por dentro’’ Esa iba a ser su merienda.
Pasada mi ‘’jornada de reflexión’’ se me ocurrió un plan perfecto para averiguar la respuesta a la pregunta. Tomé una llave y me aproximé de espaldas a una de las paredes del vagón. Mientras realizaba mi inscripción, una señora me miraba extrañada y negando con la cabeza. Dejé una marca claramente diferenciable con forma de L de Lucas. El resto era esperar.
A la mañana siguiente, me coloqué en la puerta del metro que sabía que daba a mi inscripción. Ni rastro. Primer intento fallido. Esa rutina se iba a convertir en un acto cotidiano en mis amaneceres. Y cada día iba a ver todos mis intentos frustrados.
Hasta que un día se rompió. Parecía otro día de más de clase, otro día más de esperar frente a aquella puerta, la más cercana a la que yo llamaba el ‘’acordeón’’ del metro. Nada más escuchar el silbido de llegada, ya supe que aquel día iba a tener problemas inesperados. Mera intuición. Un hombre de grandes dimensiones abarcaba una gran parte de la pared del vagón, y, apoyado en ella mientras leía, me impedía saber si mi marca se encontraba allí.. Tomé asiento y esperé a que Goliath abandonara su posición. ‘’Próxima estación: Hospital de Fuenlabrada’’ Me había quedado dormido. Me levanté a toda prisa limpiándome la baba con la manga y pegué un salto para poder salir del metro al son de los pitidos del cierre de puertas. Cuando quise darme cuenta de que la pared había quedado al fin descubierta, el metro ya se aventuraba hacia su siguiente destino. Maldita sea.
Dada mi poca paciencia, los infortunios de los últimos días me hacían debatirme sobre si seguir o no con el experimento. Me prometí que esa mañana iba a ser la última en que esperara la marca en aquella puerta del metro. Y, cómo no, nada. Todo hacía indicar que no, que los metros cambiaban habitualmente y que no cogíamos el mismo diariamente. Para mis adentros me dije que esperaba mucho más del experimento.
Semanas después, andaba yo concentrado en los especímenes que aquella mañana abarrotaban el metro, cuando aprecié en la lejanía la figura de Laura, que me observaba también a lo lejos achinando los ojos.
A medida que iba avanzando por los vagones, iba recordando la estúpida empresa que había decidido realizar días atrás. Me detuve en seco para sorpresa de Laura. Ahí estaba mi marca. Ese era el metro. Y eso no era todo.
—Lucas, ¿estás bien? Parece que has visto un fantasma.
Yo seguía ensimismado en lo que me había encontrado. Mi marca no estaba sola. Alguien había escrito al lado: ‘’Quién eres?’’ y mi corazón había dado un vuelco, como si hubiera despertado algo que llevaba mucho tiempo dormido.
Tuve que explicarle a Laura la situación. Sus carcajadas resonaron hasta en la cabina del conductor y entendí que una historia así quizá no requería de más testigos. A pesar de ello, me vi obligado a coger ese tren —nunca mejor dicho— y contestar a la pregunta de mi interlocutor o interlocutora.
Pero había otro problema. ¿Cómo podría contestar a la pregunta ‘’¿Quién eres?’’? No podía dejar por escrito mi nombre completo y la verdad es que tampoco estaba muy convencido de interactuar con un ente anónimo o anónima probablemente tan descabellado o descabellada como yo. Opté por una respuesta sencilla: ‘’Es un experimento. Soy Lucas’’
Pulí bien los detalles. Quería dejar una buena imagen y caligrafía a aquel o aquella viajero o viajera aventurero o aventurera del metro.
Aquella misma noche, soñé con lo que había ocurrido. Mi mente empezó a dibujar la silueta de una preciosa joven de 22 años escribiendo con una llave al lado de mi marca en aquella pared del vagón. El sueño no dejaba de coger forma e incluso me bajaba del metro junto a ella camino a su casa. Me desperté sudado hasta los tobillos. Me metí en la ducha y empecé a intentar eliminar de mi cabeza aquella concepción de mi anónima receptora. Pero ya era demasiado tarde.
Se había convertido en una obsesión. Cada mañana, llegando a la bocana de metro me imaginaba una respuesta en mi vagón. Me abordaban siempre las mismas preguntas: ¿Estaría ella pendiente también de si cogíamos habitualmente el mismo metro? ¿Estaría esperando una respuesta o simplemente buscaba reírse a mi costa? A pesar de las dudas, cada mañana también, salía del metro con la misma decepción.
Al cabo de unos días en los que la ilusión se había evaporado casi por completo, la vi. Una larga melena rubia estaba de espaldas hacia mí justo en el lugar en el que se encontraba —así la había denominado— ‘’nuestra conversación’’.
Decidí aproximarme. No tenía tiempo para esperar otras dos semanas para recibir una señal. Cuanto más me acercaba, más claro veía que estaba escribiendo. Parecía un mensaje largo y mi corazón ya bailaba al son de ‘’I will always love you’’ de Whitney Houston.
La abordé por la espalda, tocándole suavemente con un dedo el azul de su camiseta. No me hicieron falta más de dos segundos para ruborizarme de cara a pies. La chica no estaba apuntando nada en la pared. Estaba utilizándola como apoyo para escribir en su cuaderno. ‘’¿Querías algo?’’ ‘’Te he confundido, perdona’’. La pared estaba limpia.
Aquello me estaba volviendo loco y yo empezaba a notarlo. Además, no podía comentarlo con nadie por lo irracional del asunto. Era el momento de olvidar. Definitivo. Buscaría otro experimento, cogería un libro, iría en taxi a la uni… Esto último decidí abortarlo por un tema económico. La cuestión era que iba a cambiar esa obsesión desde esa misma mañana.
Subí al metro en una puerta diferente a la de siempre. Ese era un buen método para esquivar mi problema. Estaba sentado a dos vagones, en los asientos contrarios a los que daban a mi zona de conflicto. A veces no podía evitar girar la mirada hacia allá, pero no eran más que unos segundos. Me sentía como un adicto al tabaco intentando dejar de fumar. Lo que había empezado siendo un burdo experimento, se había transformado en una búsqueda obsesiva—compulsiva de un amor que nunca parecía llegar.
De pronto, observé que algunas miradas apuntaban a mi punto oscuro. Unos volvían la mirada, la apartaban y la volvían a girar, con un gesto curioso. Otros abandonaban la lectura y se entretenían con aquello que estuviera pasando en aquella pared con una mirada extrañada. ¿Por qué me estaba pasando eso a mí? ¿Acaso el mundo no quería que me rehabilitara? Me vi obligado a levantarme. Avancé cuidadosamente, intentando disimular como buscando un sitio, y me situé en el vagón objetivo, de cara a aquello que todos miraban. Allí estaba, otra larga melena rubia de cara al punto X. Seguro que era la misma chica del cuaderno. Pero no, había algo diferente en la escena: un ruido molesto como de rasguido invadía el vagón. Estaba rayando la pared del vagón. Estaba completamente seguro. ¡Estaba completamente seguro! Me aproximé olvidando la suavidad del anterior encuentro y observé lo que hacía meses que estaba esperando: mi ‘’L’’ inscrita, el ‘’Quién eres?’’ y mi ‘’Es un experimento. Soy Lucas’’.
—No hace falta que sigas. Me puedes contestar en persona.—dije ofreciendo la mejor de mis sonrisas y alterando mi tono de voz a ‘’tono conquistador’’ —que me avergonzó un poco—.
—¿Eres tú, ‘’L’’?
Aquel tono de voz vigoroso me hizo entender que esa melena rubia no escondía a una bella fémina. Me miraba con unos ojos embriagadores y noté como me ponía blanco. En la pared trasera podía ver que el resultado de mi experimento estaba anotando tras un amigable ‘’Llámame’’ su nùmero de teléfono. Aquel hombretón de pelazo rubio iba a por todas.
—Pareces mareado. ¿Quieres que salgamos a tomar el aire, tú y yo? —dijo poniéndome morritos.
Miré a un lado y al otro como pidiendo que alguien me rescatara. Cogí aire y me dispuse a responder.
—Sin que nos vea nadie.

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